Doctor Who se queda sin los Pond

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Amy y Rory. La niña que esperó y el centurión. Amigos de la infancia, matrimonio, padres de River Song, compañeros de viaje del Doctor. Tras dos temporadas y media, este fin de semana hemos despedido a los Pond con el episodio The Angels Take Manhattan. Un capítulo con toques de cine negro que nos traslada a Nueva York y que trae de vuelta a River y a los Weeping Angels. Una despedida largamente anunciada y comentada que no ha sido lo suficientemente emocionante y que me ha causado una pequeña gran decepción. Lo peor es que esta séptima temporada chirría bastante y Moffat empieza a ser incapaz de controlar una serie que en manos de Russell T. Davies alcanzó cotas altísimas de dramatismo, diversión, emotividad y genialidad. No niego que Moffat sea un gran guionista, lo ha demostrado en capítulos como Blink, Silence in the Library y Forest of the Dead; y The Girl in the Fireplace. No obstante su Doctor, sus puzzles temporales y sus complejas tramas resueltas con poca maestría empiezan a molestar a muchos seguidores de la serie.



Spoilers, muchos spoilers. Cuidado.


He visto el capítulo dos veces y la sensación general ha sido la misma: decepción. Amy y Rory dejan al Doctor, desaparecen de la historia pero su final, su despedida no resulta triste porque tal y como está orquestrado el capítulo y teniendo en cuenta a la velocidad que suceden las cosas no da tiempo para sentir prácticamente nada. Parece que no importa que el matrimonio Pond se vaya, no hay tiempo para asimilarlo, ni siquiera el Doctor lo tiene.


Si echamos la vista hacia atrás para recordar las despedidas de las otras companion - Rose Tyler, Martha Jones y Donna Noble - y comparamos, el adiós a los Pond sale perdiendo. Rose dijo adiós con un doble capítulo tras salvar al mundo de los Cybermen y los Daleks. Martha recorrió el planeta para sembrar esperanza en el corazón de los hombres sometidos a la tiranía de The Master. La salida de Donna empezó a fraguarse en Turn Left permitiendo un final lleno de emoción no aptos para corazones sensibles. ¿Los Pond? Nada remotamente parecido. Un capítulo que supo a poco, sin grandes desafíos, sin luchas épicas y con un Doctor mostrando su cara más egoísta. ¿Se merecían eso los personajes? No.



Además del poco tiempo que se le dedica a despedir a Amy y Rory, es evidente que el capítulo tiene varios agujeros argumentales que nadie se encarga de explicar. Durante el visionado llegué al punto de desconectar mi suspensión de la incredulidad, porque una cosa es que me guste la serie y otra que me trague The Angels Take Manhattan. El episodio, que trata sobre los peligros de conocer el propio futuro y los sacrificios del amor, se enrosca argumentalmente sobre sí mismo sin dejar opciones al espectador. Es como si Moffat dijese “esto es así porque lo digo yo y tú te lo crees a pies juntillas ¿estamos?”. Pues mira no, no estamos porque es un episodio que avanza lentamente hacia un final que ya conocía.


La historia de un adiós



Tell her this is the story of Amelia Pond, and this is how it ends



Tanto hablar del episodio y aún no he dicho de trata. El trío de viajeros espacio-temporales pasa la tarde en Central Park. El Doctor lee una novela, Amy el periódico y Rory desaparece cuando va en busca del café. ¿Dónde está? Pues un pequeño Weeping Angel lo ha enviado a 1938, allí se encuentra con River Song a tiempo para ser trasladados ante un coleccionista de arte que ansía saber más sobre las estatuas que se mueven. ¿Y Amy y el Doctor? Pues resulta que se enteran del viaje de Rory al pasado gracias al libro que leía el Señor del Tiempo, escrito por Melody Malone. MELODY.


En fin, que el Doctor y Amy, tras una serie de intentos fallidos por problemas con alteraciones temporales, consiguen llegar hasta 1938. En ese año los Weeping Angels han ocupado un edificio donde almacenan a sus víctimas, un lugar que les sirve como fuente de alimentación permanente. Rory está atrapado en ese lugar, y el Doctor le explica que por mucho que quiera no puede ayudarle. Amy no está dispuesta a darse por vencida, el matrimonio intentará escapar del edificio sin éxito, es así que quedan atrapados en la azotea.


Rory cree que si se suicida, que si muere en ese momento y en ese lugar, creará una paradoja que borrará esa línea temporal. Esta escena, cargada de emoción y muy bien interpretada, nos muestra el suicidio, por amor, de los Pond.



La idea de Rory funciona y todos regresan a su línea temporal, sin embargo un Weeping Angel se ha salvado de la paradoja y envía al centurión al pasado. Vemos su lápida en el cementerio y Amy decide dejarse llevar por el monstruo. Decide apostarlo todo a una carta sin saber si tendrá suerte. El Doctor le pide que no lo haga, que se quede en la TARDIS pero Amy decide guiada por su corazón, la chica que esperó se queda con su centurión y lo arriesga todo, absolutamente todo por amor. El Doctor le grita que nunca podrá volver a verla pero sus ruegos nos sirven, Amy se despide de Melody/River y del Señor del Tiempo, esta vez para siempre.


En la lápida aparece el nombre de Amy junto al de Rory, sabemos que la chica lo ha logrado y que ambos vivieron juntos mucho, mucho tiempo. River se lleva a un atribulado Doctor al interior de la TARDIS, le promete que viajará un tiempo con él porque no debe estar solo y le remite a la última página del libro. Esa página, arrancada al inicio del episodio por el propio Doctor, porque no le gustan los finales, es un epílogo desde el pasado escrito por Amelia Pond. Una despedida sentida y afectuosa.


Los Weeping Angels



Que Blink es una obra maestra nadie lo discute. Los Weeping Angels (Ángeles Llorones) y la estructura narrativa de ese capítulo lo han convertido, con mucha razón, en el mejor de la nueva era – aunque personalmente yo me quedo con Midnight -. Esa historia, obra de Steven Moffat, dio a conocer a unos monstruos aterradores, unas estatuas que se alimentan de la vida que te roban al enviarte al pasado. Por desgracia Moffat parece enamorado, cautivado, subyugado por su propia creación y ha usado a estos seres en varios ocasiones. En The Angels Take Manhattan la ciudad de Nueva York está plagada de Weeping Angels, tanto es así que hasta la mismísima Estatua de la Libertad es uno de ellos.


El uso-abuso de estos monstruos ha minimizado su impacto en el whovian, no niego que hubo momentos del episodio en los que me asusté pero creo que Moffat se equivocó al traerlos de vuelta. Ojalá Blink fuese la única historia con Weeping Angels.


Rory, el amo de la pista


Arthur Darvill ha convertido a Rory en un personaje imprescindible dentro del universo whovian, su transformación a lo largo de estas dos temporadas y media ha sido brillante. El tímido y apocado enfermero, enamorado hasta la médula de su amiga de la infancia, se transformó en un hombre de acción, eficiente, seguro de si mismo, fuerte y decidido capaz de esperar 2000 años por el amor de su vida. Darvill a través de pequeños gestos, miradas y sonrisas me ha conquistado, tanto es así que será él a quien extrañe y no a su media naranja.













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